31 enero 2019

MUJERES QUE HACEN LA HISTORIA : ANITA CARMONA RUIZ


Nita, la primera futbolista de España: para jugar se hacía pasar por un hombre.
Anita Carmona Ruiz, Nita, tuvo la desdicha de ser mujer en una época en la que estaba penalizado serlo. Nació el 16 de mayo de 1908 en Málaga, fue una rompedora sin pretenderlo haciendo lo que mejor sabía: burlar los estándares de la época, disfrazarse y ocultarse con tal de conseguir su objetivo que no era otro que jugar al fútbol de manera profesional.


La historia de Nita va de la mano con la historia del fútbol femenino en nuestro país. Ella, la menor de cuatro hermanos, hija de un estibador del pujante puerto de Málaga y de una mujer a la que no dejaron ser nada mas que una ama de casa, como a todas sus contemporáneas, tuvo que contar con el favor de un clérigo para desarrollar sus habilidades futbolísticas, un valedor que vio en ella más allá de su género. 
Anita dio las primeras patadas a un balón en las grandes explanadas del muelle de la dársena malagueña cuando era bien pequeña.

Las primeras barreras que encontró Nita para jugar al fútbol se originaron en su propia casa. Algunas veces, a raíz de que recibiera arañazos y magulladuras entre tantas patadas y empujones con los chicos, sus padres la castigaban durante un tiempo prohibiéndole salir de casa. No eran los únicos que veían punible que una mujer se calzase las botas. Porque no era propio de señoritas. Porque la fuerza física, el esfuerzo, el sudor y la competitividad estaba restringida a los hombres.

Su tío era médico de familia y aseveraba constantemente que lo que Anita hacía era perjudicial para la estructura corporal de la mujer.
La opinión era unánime. Nita no sufrió castigos físicos, pero sí morales y numerosas descalificaciones. Porque Anita, contra todo y contra todos, comenzó a participar en edad juvenil en los partidos que se disputaban en una explanada cercana al cuartel de artillería de su barrio.  Con la inauguración de la cancha y del equipo, Nita pudo vincularse con el Sporting. Primero lo hizo como ayudante del masajista del club. También se encargaba de lavar la equipación. Para ello contó con su mejor cómplice, su abuela Ana, con ella no tenía que ocultar su gran pasión. Finalmente Nita consiguió jugar algunos partidos con el equipo de sus amores. Eso sí, fuera de casa para no ser reconocida.

Al haber sido instruida en casa en el femenino arte del corte y confección y conocer al dedillo la equipación deportiva, ella misma se ajustaba el atuendo para que fuera lo suficientemente holgado para que disimulara su anatomía, pero sin desentonar. Así, customizaba los calzones largos, las medias altas y camisetas que conformaban la indumentaria futbolística de la época.

El fútbol femenino, un siglo después, tampoco goza de las condiciones con las que soñaría Nita. Los tiempos avanzan, pero a otras velocidades. Las mujeres deportistas siguen sufriendo desigualdades económicas, de reconocimiento y legislativas que las mantienen alejadas de las condiciones de los hombres.


Pero no era completamente eficaz. Algunos jugadores rivales no toleraban jugar contra una chica. Tampoco su presencia sentaba bien en ciertos sectores del público. En cuanto se supo que era una mujer, la denunciaron y la delataron.

La única solución fue huir al pueblo para no entrar en la cárcel. E, incluso allí, se las ingenió para seguir dándole patadas al balón en partidos oficiales. La primera medida consistía en entrar al estadio por la zona de la lavandería. Para no ser descubierta ni que sus compañeros la delatasen sin querer con su nombre, se puso un apodo, Veleta, en relación a que cambiaba constantemente de aires.

Estuvo jugando al fútbol hasta mediados de los años 30, poco antes de que comenzara la Guerra Civil, cuando ya no pudo ingeniárselas más para pasar desapercibida y practicar su gran pasión. Su cruzada ya fue imposible tras varios arrestos, puesto que se había librado de sanciones mayores. La mujer en el deporte estaba muy mal vista.

Nita falleció muy joven, con apenas 32 años. Pero antes se burló de los estándares de la época. Ansiaba ser futbolista, no tener que ocultarse, poder ser reconocida de cara a la galería. Se las ingenió para hacerse una fotografía vestida con la equipación del Sporting, el club de su vida. Las fotos en la época eran un gran artículo de lujo. Valían un dinero y se les daba un valor enorme. Pero Anita, para no levantar sospechas, se hizo la foto en carnavales. Dijo que iba disfrazada de futbolista. Una camiseta a rayas para reivindicar su identidad sobre los dictámenes machistas.

La última muestra de su amor al fútbol fue en su funeral. Anita Carmona Ruiz fue enterrada con la camiseta del Sporting de Málaga, su Sporting. No pudieron pararla, aunque tuviera que ocultarse; no dejó de correr, aunque avanzara a escondidas.

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